Abro
el camino hacia mis ojos, revolviendo escombros. Al final de la senda, sólo un
espejo, que me mira y admira, que se sonroja y libera todas sus pupilas.
Ignoro
el llamado que susurra mi nombre, me resisto a ser Alicia.
Y
me quedo en el lado de los dolores, saludables para un alma que no sana,
arraigados en unos ojos que ya no sangran.